jueves, 3 de febrero de 2011

Las alfombras limpias




“Estoy en la mitad de mi vida y no he hecho nada”. Después de una decepcionante vida matrimonial, cuyo único fruto ha sido una niña, la señora Muir, ahora viuda, decide romper con todo y alquilar una casa frente al mar. Desoyendo los consejos de su cuñada y su suegra, que le reprochan su extravagancia, se aleja del mundo y se refugia con su hija y su criada en una misteriosa casa que perteneció a un marinero. La primera noche, en medio del silencio, escucha extraños sonidos, las ventanas se abren de golpe, el rumor de las olas parece envolver una risa amarga. Pero ella no se asusta. Es hermosa, su piel resplandece a la luz de las velas, y una decidida serenidad se aprecia en sus movimientos.  

Una tarde se encierra en su habitación para descansar. Se recuesta en un sillón frente a la ventana y su criada le cubre con una manta antes de dejarla sola. A través de las cortinas, la declinante luz de la tarde ilumina su rostro. Hay una dulce melancolía en sus ojos entornados, como si absorbieran sin prisas el mar en calma. Está en la mitad de su vida y no ha hecho nada, pero qué importa cuando el mundo se envuelve en este silencio. Cierra los ojos.

Cuando los abre hay un hombre alto plantado ante ella. El capitán Daniel Gregg es un hombre curtido por una vida errante. Ha surcado los mares más peligrosos, tratado a todo tipo de gentes y atracado en los puertos más remotos. Aunque es un cascarrabias y un viejo lobo de mar, todavía le sostiene firme un destello de vitalidad y tiene el atractivo de la fuerza acumulada tras una vida intensa. Su mirada quema, como la de un tigre enjaulado. Persiguió un sueño sin forma y ahora, cansado y solo, parece preguntarse si era esto en lo que consistía la vida.

Hay un extraño encuentro entre la señora Muir y el capitán en esa casa solitaria y abierta al mar. Es un encuentro construido solo de palabras. Se cuentan historias de sus vidas, relatos del pasado, momentos que parecían olvidados, y al final comparten sus anhelos del presente. Cuando hablan, el minutero del reloj se descompasa como mecido por las olas. Son dos soledades colmadas en un lugar fuera del tiempo, tan fugaz y eterno como un instante de felicidad.

Una noche salen al balcón que da a la playa. Entre ellos, solo el telescopio que él utilizaba para otear el horizonte. El cielo está lleno de estrellas. La brisa mece las cortinas blancas. El rostro de ella atesora toda la intensidad del más fuerte deseo de vivir. Él le cuenta una historia de su infancia. Era huérfano y vivía al cuidado de su vieja tía soltera, a quien torturaba con sus travesuras. Soñaba con embarcarse y no volver. Cada tarde solía calzarse sus botas y salir a dar vueltas por el río. A la vuelta, con la tenacidad de sus sueños postergados, le ponía perdidas de barro las alfombras del salón, sordo a los gritos desesperados de su tía. Así, una tarde tras otra, hasta el día que cumplió dieciséis años y subió a un barco para no volver jamás.

Ella escucha su relato en silencio, la mirada perdida en el mar, con una expresión de concentrada tristeza. Él le pregunta en qué está pensando: “En lo sola que debía sentirse su tía viendo las alfombras limpias”. 


-       Estoy confundida, resulta muy difícil confiar nuestro futuro a manos de… alguien que no es real.
-       Pero yo soy real, estoy aquí porque usted quiere creerlo así, siga creyendo en mí y seguiré siendo una realidad.


Tanto las fotografías como las frases que aparecen entre comillas y el diálogo en cursiva pertenecen a la película El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs Muir), dirigida por J. L. Mankiewicz en 1947 y protagonizada por Gene Tierney y George Sanders. Como se dice en esta crítica, una película milagrosa.

6 comentarios:

  1. Él la socorre cuando ella está a punto de ver fracasar su particular lucha por la autonomía personal (menuda bruja la cuñada… ¡y qué tontería de suegra, por Dios!).
    Curiosamente, Lucía puede realizar su sueño de vivir sola gracias a él. Luego vuelve a surgir la tentación de la compañía en su camino, pero lo que ella desea cuando llega a La Gaviota es vivir (¡por fin!) una vida independiente.
    Más tarde él se equivoca y la deja sola (no es ella, Enrique, es él quien no cree que con esa realidad baste). Pero esa otra soledad, también de espíritu (y mucho más triste) viene después y por un error de apreciación del capitán.
    No sé si te das cuenta, pero es que siempre tenéis la culpa vosotros… que hay que ver lo mal que os lo montáis… ¡hasta muertos metéis la pata! ;-)

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  2. Olvidas, Francesca, que él es un fantasma, es decir, no existe. Ella no busca independencia, sino soledad. Él no la traiciona. Se comporta honradamente empujándola hacia la vida. Por eso él se lamenta de todo lo que se han perdido. Y ella elige el amor, con resultados catastróficos. Pero no hay en la película una duda entre el amor y la renuncia, por eso en los siguientes veinte años no se cuenta nada. La duda está en dónde está la plenitud de la vida, si en la creación interior o en el mundo. Ella al final escoge la soledad. Pero sabe que lo que abandona tampoco es gran cosa. Y dispone de toda la eternidad para vivir de la felicidad, aunque de ella solo haya tenido un instante.

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  3. Para mi,el verdadero dilema, es el que planteas sobre la plenitud de la vida, se encuentra en la creación interior o en el mundo; y en este punto ¿qué papel juega la memoria?. Para escapar no solo es necesario buscar la soledad, hay que borrar los recuerdos. He disfrutado leyendote.

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  4. Querido Enrique, repasa el minuto 3 please, Lucía les notifica a esas joyas de suegra y cuñada que tiene que se marcha y, entre otras frases maravillosas ("-No niegues que estás insinuando que me meto en lo que no me importa; -No, si no lo niego, Eva" ¡cómo me gusta esa respuesta y la tímida sonrisa que la acompaña!) dice:
    "- Tengo que vivir mi vida (…). Nunca he tenido una vida propia, siempre he vivido la de Edwing, o la tuya o la de Eva, pero nunca la mía."
    Busca la independencia... y para ello acepta la soledad relativa (se va con las dos personas que la quieren en esa casa, recuerda, no se va sola o simplemente con su hija, también Marta la acompaña) ... pero lo que quiere es ser independiente, decidir por sí misma lo que hará a partir de ese momento.
    Lo de que el capitán Gregg se comporta honradamente... pues mira... ¡va a ser que no! a mí ese hombre me ha gustado siempre, pero dada su condición de "fantasma en activo", lo honrado hubiese sido espantar a ese pretendiente antes de que las cosas fueran a más y retirarse cuando se hubiese presentado otro que realmente pudiera hacerle sombra... que no, Enrique, que él lo que quiere es que ella siga ahí, embobada por los siglos de los siglos... y no me parece mal, lo entiendo, pero muy honrado no es...
    Y la clave la da Lales: para escapar hay que borrar los recuerdos... y él no lo hace, se queda ahí, como el perro del hortelano, en "modo sueño perpetuo" y en realidad no la deja vivir plenamente.
    Si es lo que yo digo, ¡para eso hubiera sido mucho mejor seguir apareciéndosele!
    (La plenitud de la vida está dentro, todo está dentro, el mundo puede complementar eso, pero lo importante viaja con nosotros allá donde vamos).

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  5. ¿La soledad, la independencia? En este caso es lo mismo. Lo que no es lo mismo es lo que plantea Lales: el olvido o la memoria. Ella habla de escapar. Cuando se escapa es que se huye de algo, y ahí sí que vale el olvido. Pero ella quiere seguir viviendo y para eso necesita la memoria. Ella empieza una nueva vida, pero muchas ganas de fiesta no tiene, ¿no? puesto que se va a la casa más alejada del mundo que encuentra, está como entre dos mundos, por eso no es extraño que se le aparezca un fantasma. Pero insisto, Francesca, creo que no quieres asumirlo: el capitán Gregg no existe. Ella se queda sola, se pone a mirar el mar y escribe una novela. Y en la ficción, el recuerdo, la soledad y los sueños ella vive con tanta intensidad como en la vida real, con una diferencia: que el mundo real está lleno de engaños y el mundo del arte o de la creación interior está lleno de verdad. Sí, nos hemos perdido tantas cosas, le dice el capitán, pero ella ha ganado otras: ha olvidado, pero también ha recordado. Y esa especie de memoria del futuro le da la plenitud a su vida, como una promesa de dicha eterna. Y ahí sí está el capitán.

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  6. En dos días hemos pasado de "Ella no busca independencia sino soledad" a "¿La soledad, la independencia? En este caso es lo mismo"... hmmm... pero resulta que soy yo la que no quiero asumir cosas... en fin... si tú lo dices...

    En este punto me he hecho un lío: "ha olvidado, pero también ha recordado" y aquí mi corazón se ha llenado de esperanza: "se queda sola, se pone a mirar el mar y escribe una novela"... estoy por salir al balcón un rato a ver si escribo una enciclopedia o algo...

    Pues eso, que empieces bien la semana... ¡¡¡¡¡y el capitán Gregg existe!!!!! (está muerto, eso sí, pero se le aparece de verdad)

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