sábado, 9 de abril de 2011

En busca de una verdad sencilla


El largo adiós (E.A. 2011)


Es curioso. Él decía que escribir este libro le resultaba doloroso, que le era muy difícil sentarse cada mañana a completar un nuevo capítulo. Leyendo El largo adiós parece todo lo contrario, uno diría que Chandler se lo estaba pasando en grande. Da la impresión de que hace lo quiere con las palabras, que escribe al dictado de algo que está por encima de todos nosotros.
Es cierto que lo escribió en una de las épocas más duras de su vida, con su mujer muy enferma encarando la recta final de su vida. Y es cierto también que la novela describe un mundo sombrío de codicia, traición y mezquindad. Sin embargo, es una fiesta para el lector, una de esas fiestas que duran hasta el amanecer y en las que uno atraviesa los diferentes grados de la emoción, hasta tocar con los dedos la esperanza minutos antes de encogerse de frío cuando la primera luz se derrama sobre los edificios.
No importa lo que cada uno busque. Al final todos, hombres y mujeres, terminan cansados. Parece que han sido derrotados por la ciudad, grande, sórdida, sucia y deshonesta. Pero en realidad lo han sido por ellos mismos: su soledad o sus remordimentos. Vencidos por sus sueños, cada uno es su peor enemigo.  
“Soy un policía cansado, viejo y desastrado. Todo lo que siento es irritación”, dice uno. “Lo siento, soy una mujer cansada y desilusionada”, dice otra. ¿Y Marlowe? Pues ahí lo dejé, con resaca y preparándose un café “fuerte, amargo, ardiente, cruel, depravado… el fluido vital de las personas cansadas”.
En realidad, lo que creo que les pasa es que están asustados. Tienen miedo a perder lo que tienen, sea belleza o dinero, o a no conseguir sus anhelos. Y, sobre todo, les asusta ver cómo la vida pasa por su lado despreciándoles o sin hacerles el caso que ellos creen que merecen.  Es decir, les pasa lo que más o menos nos pasa a todos.
Por eso me gustan novelas como El largo adiós. No por la visión de la podredumbre de la gran ciudad, sino por la mirada que Marlowe posa sobre ella. La mirada cansada, pero lúcida, de quien busca una verdad sencilla, una que se pueda encontrar para poder al final del día llegar a casa y tomarse una copa. Marlowe parece todo el rato como perdido, fuera de lugar, superado por las circunstancias, cada vez más amargo, y, lo peor, no tan diferente de la ciudad contra la que combate. La historia te deja con una sensación de tristeza e impotencia ante lo irreversible de la desolación. Sin embargo, en esa inexorabilidad hay algo bello, una simple verdad que no termina de aflorar pero que sabes que está ahí.
La certeza de que esa verdad sencilla está escondida pero existe nos da esperanzas. Para encontrarla necesitamos a Marlowe. Que vuelva, por favor, y que lo vuelva a decir y nunca se canse del todo:
“Soy un romántico. Oigo voces que lloran en la noche y salgo a ver qué es lo que sucede…”

4 comentarios:

  1. Si creyese en la casualidad, diría "que curioso" .... me contaba hace unos días uno de mis compañeros que su chica está muy enferma .... mucho .... si él pudiese escribir, seguramente, lo haría de la desolación del entorno, no de su pérdida, y como bien dices, a pesar de todo, se intuye que en esa "inexorabilidad hay algo bello", porque la Vida, a pesar de todo es bella, mágica .... poderosa.

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  2. Escribir es también escapar de la realidad, de modo que puede que las dos situaciones que planteas sean ciertas, para Chandler saber que aquellos días eran los últimos que pasaría junto a la mujer que amaba, debieron ser una especie de calvario y, a la vez, su tiempo con Marlowe transcurría en el único territorio donde podía soportar aquel dolor.
    Sabes que hemos leído esta novela prácticamente a la vez, así que entiendo lo que dices haber sentido observando la ciudad por la que Chandler nos obliga a transitar y… verás, yo no sé si tu mirada está cansada, pero puedo asegurarte que es una de las más lúcidas que he visto posarse en esa novela, de manera que creo que nunca más escribiré sobre “El largo adiós”, sencillamente enlazaré esta entrada y diré: “de saber cómo hacerlo, yo hubiese dicho exactamente lo mismo”.
    Gracias.
    (Juana, otro punto de encuentro... y van... seguimos sumando)

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  3. Hola, Juana, lo que has dicho me ha dejado sin palabras. Dices que él escribiría de la desolación de su entorno, y no de su pérdida. Es misterioso. Y qué terrible se vuelve la vida cuando no vemos su belleza. O cuando creemos que la belleza no volverá nunca más. De eso se hablaba esta mañana en el Club, ¿verdad, Francesca? La mujer de Chandler era más de diez años mayor que él. Estuvieron juntos treinta años, y los últimos ella estuvo muy enferma y él la cuidó. Él escribió que había sido bendecido por un matrimonio que siempre fue un noviazgo. Las cartas que escribe a la muerte de ella son desgarradoras en su dolor y en su sencillez. En El largo adiós deja que Marlowe hable por él cuando dice que el matrimonio es un desastre para la mayoría de las personas, pero lo mejor para unas pocas. Solía decir que "el matrimonio no sucede, se hace a mano". Y de su caso, escribió: fue la luz de mi vida, mi única ambición, todo lo demás que hice fue para alimentar el fuego en el que ella pudiera calentarse las manos. Y, cuando ella murió, Chandler, sentimental como Marlowe, llenaba la casa de rosas rojas e invitaba a un amigo a brindar con champán. Y en 1954, el fragmento más terrible de toda su correspondencia: "Mi gran pesar, ahora inútil, es no haber escrito nada nunca realmente digno de su atención, ningún libro que pudiera dedicarle. Lo planeé. Lo pensé, pero nunca lo escribí. Quizá no podría haberlo escrito". Gracias por tus palabras, Francesca. Pero tendrás que desdecirte. Ese libro es tan grande que debes escribir sobre él. Yo solo he escrito sobre una pequeña cosa que yo creí ver en él.

    Aquí os estaré esperando.

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  4. Bonitas palabras de esperanza... no estamos cansados, al contrario, con ganas de seguir diciendo cosas... Canet parece LA...

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