viernes, 24 de febrero de 2012

Recuerdos rebeldes

Lo que la verdad esconde (D. A. / 2012)

La aparición de un fantasma siempre viene acompañada por una sensación de desajuste del tiempo y del espacio. Pisamos en falso y abandonamos el mundo real. Las cosas que tan sólidas nos parecían un instante antes se desvanecen. Es una ilusión que debe causar pavor, como si la tabla a la que se aferra un náufrago se desintegrara lentamente. La presencia que reclama nuestra atención con el silencio de las pesadillas es tan real como nosotros, pero carecen de algo que nos indica que estamos ante un espíritu. En algunos cuentos de Dickens, el fantasma que en plena noche abre la puerta y se detiene en el umbral puede ser recibido por su anfitrión con un educado “Caballero, ¿qué se le ofrece?” Sin embargo, ese sigilo no evitará que la angustia haya empezado ya a envolver como un niebla el corazón de quien ha visto el fantasma.

No sé gran cosa de fantasmas, y no estoy seguro de haber visto alguno, aunque eso puede que sea una impresión que comparten aquellos que sí los han visto. Lo que me intriga de los fantasmas es su evanescencia, su impermeabilidad, no sé cómo decirlo. Te cautivan como un hechizo, y a la vez son indescifrables. Incluso si son espíritus benefactores, con el mismo poder que tienen para atrapar nuestra mirada, nos oscurecerán el corazón de tal manera que será imposible reconocerlos ¿Qué quieren? ¿Qué mensaje traen? ¿Son enteramente creación nuestra? ¿Tienen vida propia? Se aprovechan de las sombras y de la noche para sorprendernos cuando estamos indefensos. Nos miran y nos obligan a mirarlos. ¿Qué son?

Si surgen del agujero negro del corazón, ese alrededor del cual construimos altos muros, ¿por qué su mensaje nos resulta tan opaco como un delirio? Si son habitantes del olvido ¿por qué regresan como si se hubiera desdoblado el tiempo? ¿Y si los fantasmas sólo fueran recuerdos rebeldes? Cuando llegan del pasado, los imaginamos cansados y lentos, como si arrastraran las cadenas del olvido. Entonces, el dedo helado que nos recorre despacio la columna parece el lamento de las vidas que desechamos. Así, lo que no hicimos adopta la forma de fantasmas melancólicos. Pero cuando se cuelan por la hendidura de la puerta de la habitación de al lado, como si procedieran de las vidas que elegimos, su visión se vuelve más inquietante todavía. ¿Deberíamos escucharlos? ¿Quién se atreve a mirar siquiera esa hendidura?

3 comentarios:

  1. La clave, al menos desde mi perspectiva, es esa que dices al principio;
    "La aparición de un fantasma siempre viene acompañada por una sensación de desajuste del tiempo y del espacio"
    Porque el tiempo y el espacio ¿son tan sólidos como pensamos? .... parece que no ....
    A veces creo oler a algunos "fantasmas", uno de mis Maestros me dijo: "si te cruzas con alguno, pregúntale que quiere" .... eso es fácil de decir, pero no me atrevo a semejante azaña ....

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  2. Si hay algún fantasma leyendo esto me gustaría decir que ojalá todos sean como los de Dickens, que traen la paz de lo etéreo, guardianes de la imaginación que ya no está sujeta a las miserias de la vida terrenal...

    Pero seguramente cada uno tiene sus propios fantasmas, yo también creo que eso es lo que trataba de decirnos Mr. Dickens.

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  3. Estaría bien que los fantasmas leyeran blogs. Pero si hay fantasmas buenos, también habrá fantasmas malos. A los de Dickens uno les puede preguntar cortesmente qué desean, como dice el maestro de Juana; pero el otro día leí Otra vuelta de tuerca, de Henry James, y los que aparecen allí son terroríficos, son los fantasmas que no tenemos derecho a ver: desconocidos en lugares solitarios.

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