sábado, 27 de abril de 2013

Sobre la libertad III: 'Los justos'




La primera ruptura entre Camus y Sartre se produjo en1946, una vez liberado París de la ocupación nazi, y tras largas discusiones de café sobre la verdadera cara del comunismo y la Unión Soviética. Cuando en una de aquellas noches de conversación y borrachera, Koestler les reprochó que estuvieran ciegos ante el totalitarismo comunista, Camus admitió que un buen fin no justifica cualquier método y dijo algo que lo alejaría para siempre del comunismo y a su vez de Sartre: “Para mí lo que más cuenta son los individuos; prefiero lo concreto a lo abstracto, la gente a las doctrinas, pongo la amistad por encima de la política”. Renunciaba así a las utopías y se negaba a legitimar el uso de la violencia, aunque fuera en nombre de los pobres, los oprimidos o por un futuro de felicidad universal.

Fue en aquella época cuando empezó a escribir su obra de teatro Los justos, a la misma vez que el ensayo El hombre rebelde. La obra sería estrenada en diciembre del año 1949 con María Casares en uno de los principales papeles. Trata sobre un atentado terrorista que un grupo de socialistas revolucionarios rusos planea contra la tiranía del Zar. En un primer momento, el atentado se frustra porque el encargado de lanzar la bomba se echa atrás cuando ve a dos niños en la carroza en la que viaja su objetivo, el gran duque Sergio. ¿Está la revolución por encima de los sufrimientos que provoca? ¿Es legítimo sacrificar la vida de otros por una idea? Estas preguntas están en el eje de una obra que evocaba a la Resistencia contra el nazismo y animaba a la reflexión sobre la legitimidad de la violencia como forma de acción política o sobre el peso del amor y el odio en las luchas revolucionarias.

La obra no recibió buenas críticas en Francia y algunos espectadores salían del teatro diciendo: “cinco actos para decidir si se debe o no se debe matar a unos niños pequeños…”. Aunque Camus no lleva la reflexión hasta sus últimas consecuencias, lo que tiñe toda la obra de cierta ambigüedad, el debate que plantea sobre los fines y los medios en la política mantiene hoy su vigencia.

“Nada de lo que puede servir a nuestra causa está prohibido –dice Stepan, el revolucionario puro-. No hay límites. Si creyeseis total, completamente, si estuvieseis seguros de que, con nuestros sacrificios y nuestras victorias, conseguiremos construir una Rusia liberada del despotismo, una tierra de libertad que acabará por abarcar el mundo entero, si no dudaseis de que, entonces, el hombre, liberado de sus amos y de sus prejuicios, alzará hacia el cielo la faz de los verdaderos dioses, ¿qué pesaría la muerte de dos niños? Reconoceríais que tenéis todos los derechos, todos, ¿me oís? Y si esa muerte os detiene, es porque no estáis seguros de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución”.
“He aceptado matar para acabar con el despotismo –le responde el terrorista que duda sobre sus métodos-. Pero detrás de lo que dices veo anunciarse un despotismo que, si alguna vez logra instalarse, hará de mí un asesino, cuando yo trato de ser un justiciero”.

En ese escena se representaba el trágico error de la izquierda revolucionaria, el destino asesino que viajaba en el interior de las promesas del Paraíso comunista desde sus inicios. Si al final del camino esperaba un lugar de Libertad y Felicidad, ¿qué pesaría la muerte de dos niños, dos hombres, dos millones de hombres..?

La izquierda no entendió a ese terrorista cuyos escrúpulos morales le llevan a cuestionarse sus actos. Y esa falta de sensibilidad hacia lo concreto cuando compite con lo abstracto fue lo que llevó a la izquierda a cometer todos los errores ideológicos y de apreciación moral a lo largo del ‘siglo del miedo’ y hasta hoy. Sin embargo, Albert Camus, que entonces tenía 35 años, había imaginado ya una verdad diferente, y 'Los justos' era la obra de alguien que retomaba el camino del humanismo y descubría el peso de un niño.

Años más tarde, cuando estalló la lucha por la independencia en Argelia, Camus ya había dado un paso más y, aunque defendía el derecho de un pueblo oprimido a liberarse del poder colonizador, se negó a apoyar sus métodos terroristas. Fue entonces cuando dijo: “Si un terrorista lanza una granada en el mercado de Belcourt al que mi madre va con frecuencia y la mata, seré responsable en la medida en que, por defender la justicia, haya defendido también el terrorismo. Amo la justicia, pero también amo a mi madre”. En esa escena imaginada por Camus se puede vislumbrar el final de la novela de Vassili Grossman ‘Vida y Destino’, la mejor defensa de la vida concreta frente a las grandes abstracciones, cuando una anciana descubre en las ruinas de su casa, en sus pobres pertenencias y en las personas amadas, la única “victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandiosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo”.


Francine Faure y Albert Camus con sus gemelos: Catherine y Jean en el invierno de 1945


Albert Camus se casó con Francine Faure en 1940. Tuvieron dos hijos, los gemelos Catherine y Jean. Cuando el 4 de enero de 1960 murió en un accidente de coche tenía solo 46 años, sus hijos 14. Hacía tres años que le habían concedido el Premio Nobel. Dejó una novela inacabada, ‘El primer hombre’, que dedicaba a su madre: “A tí que nunca podrás leer este libro”. Luchó contra el fascismo y abandonó el Partido Comunista francés tras denunciar a Stalin y el gulag. "Se quedó solo, todos estaban contra él por defender el camino de en medio", dijo su hija Catherine.

“Todos llevamos en nosotros mismos nuestros suplicios y nuestros pesares. Pero nuestra tarea no es desencadenarlos por el mundo. Es combatirlos en nosotros mismos y en los otros” 
(Albert Camus. ‘El hombre rebelde’)


3 comentarios:

  1. Nadie fue la mujer de Camus indefinidamente... excepto su madre. De todas las mujeres que pasaron por su vida, la más interesante para mi fue María Casares (ya lo sé, siempre las otras... ) Faure iba de depresión en depresión... el arma que utilizan las mujeres (algunas) cuando se acaba el amor, la que utilizó ella para retenerlo 20 años.

    Me ha encantado tu entrada...
    Bsos!!

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    1. Gracias, Gloria. ¡Cómo te gustan las otras y sus amores imposibles!

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  2. jajaja... Lo reconozco. Son sus vidas libres de cualquier imposición pero encadenadas a amores imposibles lo que me fascina.
    Y procuro entender como fue que, siendo libres, se ataron con lazos invisibles mucho más fuerte que cualquier cuerda de nudo marinero.
    Y es que una dura cuerda solo necesita el tiempo para ir rozándola, mientras que la invisible se alimenta de cortos momentos de pasión que no van dejando huella ni platos en el fregadero.

    "Nos aburrimos de todo, mi ángel, es una ley de la naturaleza, no es mi culpa". Ya lo dijo Choderlos de Laclos en sus amistades peligrosas...

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