viernes, 19 de noviembre de 2010

"Cuando un hombre tiene una flor en su vida construye una casa"


Gente independiente (E. A. /2010)


Hay novelas que llegan a nuestras manos impulsadas por el viento de los amigos. Éste del que voy a hablar hoy fue uno de ellos.
La historia comienza en primavera, lo que resulta curioso si pensamos que la imagen que uno retendrá de esa novela es la de un paisaje blanco de nieve. Aunque bien mirado, para mí era una primavera muy fría: mi estado de ánimo podría calificarse de angustiado. Entonces recibí un email de un amigo que vive muy lejos: junto a sus deseos de que pasara una feliz primavera me pedía que le comunicara mi dirección postal.
Un par de meses después, cuando empezaba a salir del túnel, llegó otro correo de la misma persona: “En la librería tienes un libro esperándote. Pregunta por Estela”. Ese día había amanecido sin sol y con un cielo gris más propio del mes de noviembre. Después de desayunar y pasar por la biblioteca a devolver unos libros, fui andando al centro de la ciudad. Entré en la librería y pregunté por Estela. Una dependienta rubia y simpática me dijo que esperara y desapareció por una puerta. Al rato salió con un libro bastante grueso envuelto en papel de regalo. Me preguntó si yo era Enrique y me entregó el libro, que tenía una pegatina con dos nombres escritos: el mío y el de mi amigo. Sin abrirlo, le pedí a la chica que me buscara dos libros que tenía apuntados en una lista. Cuando me los trajo, pagué y salí de la librería. Pero no me fui muy lejos. Entré en la primera cafetería que encontré, pedí una cocacola y me senté junto a una de las ventanas que daba a la calle. Dejé el libro sobre la mesa, di un trago y me atreví a rasgar el envoltorio. ‘Gente independiente’, de Hallldór Laxness. Pensé que era la primera vez que oía ese nombre. Eché un vistazo a la solapa: ovejas, campesinos, realismo socialista, Islandia. “Es la libertad que todos buscamos”. Edición de 2004, un ejemplar que seguramente nadie había cogido de la librería antes de que ese día lo hiciera Estela para mí. Volví a dejar el libro sobre la mesa junto a la cerveza y me puse a mirar por la ventana: bajo un cielo gris islandés, un repartidor empujaba una carretilla llena de cajas con botellas de vino, tres ancianas avanzaban lentamente cogidas del brazo por la acera, una niña daba saltitos, con el puño sujetando un micrófono invisible, un joven encorbatado cruzaba la calle con largas zancadas. Por primera vez desde hacía semanas, ese día veía la vida con su indefinida belleza. ¿Qué hay para mí en este libro?, me pregunté. Y salí de allí con ganas de empezar ese viaje. Algo me decía que en días como ese la vida, en un descuido, dejaba sus trucos al descubierto.
***
Es una novela de 600 páginas que trata sobre la dura vida de un campesino islandés. A la altura de la página cien avanzaba con la misma dificultad que si estuviera atravesando una inhóspita llanura sepultada por la nieve y batida por el viento. Desorientado y sin entender hacia dónde conducía el camino. Sin embargo, sólo unas páginas más y comprendí que se trataba de una novela de ciencia-ficción. Dejé de preguntarme si podía tener algún sentido para mí esa historia sobre una tierra lejana y un tiempo remoto en el que las familias dormían apiñadas sobre colchones raídos y no se bañaban nunca ni leían libros ni veían la tele. Cada vez que aparecía la palabra pegujal o pegujalero (que nunca había oído antes) algo se me removía por dentro, como si alguien arañara la pizarra. Entonces, cuando entendí que era una novela tan intemporal como la Odisea, empecé a comprender la historia. A partir de ahí me dejé llevar por su prosa de ritmo hipnótico, y entonces llegó la maravilla y el asombro.
Ahora repaso el libro y veo que dejé más de veinte páginas con las esquinas dobladas. Y en cada una de ellas, párrafos enteros que leí con la boca abierta. Creo que es en esta novela donde he leído los párrafos más bellos de todo lo que he leído: por lo que se dice y por cómo se dice, sobre todo por esto último. Como si las palabras y las frases brotaran directamente del interior de quien las escribe, sin mediación de ningún tipo, escritas en un estado de gracia. Lo que hay detrás es, claro, una visión de la vida, o mejor, una forma de buscar la vida y preguntarse por ella cuando uno está muy cerca de tocar su verdad, lo que hay de valioso y terrible en ella. Y todo eso, además, entrevisto, y esto también es asombroso, a través de la más humilde ventana por la que pueda asomarse un ser humano.
Como el narrador dice de uno de los personajes, la novela está escrita por 


"alguien cuya alma quedó bajo el hechizo de la potencia de la poesía, que nos muestra tan veraz y simpáticamente el sino del hombre, con tanto cariño hacia lo bueno, que nosotros mismos nos convertimos en personas mejores y comprendemos la vida más íntegramente que antes, y tenemos esperanza y confiamos en que lo bueno prevalecerá siempre en la vida del hombre".

4 comentarios:

  1. No he leído nada de Laxness. Tú temes a los best sellers y yo a los premios “algo” de literatura, aunque ese algo tenga tanto prestigio como el Nobel. Pero lo cierto es que has conseguido despertar mi curiosidad, intuyo una narración sólida, un poco lírica e incluso épica (cielos grises, nieve, desolación…). Pero ¿sabes? A mí, precisamente por eso, me ha parecido una novela para leer en primavera, cuando los primeros rayos de sol mitigan el frío invernal que se resiste a irse.
    Enhorabuena por tener amigos que mueven el aire para que este deposite libros salvadores en tus manos y gracias por contárnoslo a nosotros… un día nos lo presentas ¿vale?

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  2. Como dice Juliet en El pastel de patata, "hay en los libros algún tipo de instinto secreto que les lleva a sus lectores perfectos. ¡Sería maravilloso que fuera verdad!" Y este libro en concreto debía de ser arrastrado por un instinto muy poderoso para haber podido llegar hasta mis manos, porque era improbable que yo diera con él. Hay libros que necesitan ayuda para abrirse paso hasta su destino, pero visto desde fuera el camino que recorren siempre resulta inverosímil. Mi amigo asumió muchos riesgos. Yo también creo como tú que en primavera es mejor, porque mira que se pasa frío en esa novela.

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  3. Todos los riesgos merecieron la pena. Y no sólo por el nuevo territorio común que compartimos ahora. También por esta crítica maravillosa (¿o debería mejor decir "estelar"?) que has escrito. De lo mejor que he leído en mucho tiempo, y sabes que si lo digo es porque lo pienso de verdad.

    ¿Instinto? Tal vez. Pero después de tantos años, y aunque no sean años demasiado reales, el instinto va teniendo los cimientos cada vez más seguros. Y, por cierto, imagínate "pegujal" o "pegujalero" en inglés, con todo ese frío y la lluvia y los páramos y el pescado ese asqueroso y las dichosas ovejas y la vaca.

    A veces, no sé por qué, me imaginaba al autor sentado en un rincón de esa habitación claustrofóbica, observándolo todo sin que nadie percibiera su presencia, vestido con sus ropas modernas, tomando notas de vez en cuando, invisible...

    En fin, hoy he tenido un día de perros, pero la chica del metro, a mi lado, iba leyendo el famoso pastel de patata y ahora me acaban de traer el café.

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  4. Y ¿desde cuándo los años son reales? A los amigos no los une el tiempo. La amistad no está hecha de días del calendario. Es más bien un "lugar en la mente", como decía Maeve Brennan que era el hogar. Un lugar que vibra cuando está vivo. Francesca me ha recomendado a esta autora. ¿La conoces tú? Te atraerá su vida errante. Gracias por tus palabras. Y me alegro de que viajes en vagones de metro donde las chicas leen libros que tratan de libros. No hay día de perros que pueda con eso.

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