viernes, 3 de diciembre de 2010

Caos y orden


Sosiego (E.A. 2010)


Lo más importante para el hombre es el sentido de la orientación, dice Carmen Martín Gaite. Pero al parecer no siempre es así a lo largo de la vida. Quizá esa necesidad se agudiza con el paso del tiempo. Repasando papeles viejos la novelista encuentra una carpeta reciente donde dice: Orden y caos. Y se da cuenta de que cuando era joven no se sentía agobiada por esos temas. Escribir y vivir no parecían dos cosas tan diferentes. Escribir era una actividad tan natural como podía serlo tomar el sol o bañarse en el mar. “No tenía conciencia de ese tránsito, tan acuciante ahora, del caos al orden, de la vida a la palabra”. Escribir era una forma de plenitud vital a través de la felicidad, un dejarse envolver hasta la inconsciencia por “la fragancia que exhalaban los laberintos de jardinería que iba construyendo”. La escritura como reposo.
Pero un día la torre de marfil se quiebra, las paredes se agrietan, el suelo del jardín se cubre de plantas extrañas que transforman el sosiego en inquietud. Se da cuenta entonces de que esa fragancia tan placentera sólo puede traer sueño u olvido. Y escribir no puede ser eso, sino “una forma de inyectar vida en la vida”, aunque sea otra clase de vida”. Entonces abrió esa nueva carpeta con el nombre de Orden y caos, y en ella anotó que “ponerse a contar es como entrar en un cuarto donde todo está patas arriba y ponerse a seleccionar y a ordenar”. Es como coser, añade: exige la misma clase de atención, idéntica postura del cuerpo, también paciencia y disciplina.
Convertir la vida en palabra, ¿es eso traicionarla?, ordenar el caos ¿es traicionar el caos? Escribir no es como tomar el sol, es algo más lento y apagado. “Sacar algo del caos es, claro, traicionar ese caos. La sangre hecha cuento. La oscuridad hecha luz. La vida hecha palabra (…) Pero es lo único que tenemos. Y, aunque de carácter tan diferente a aquello sobre lo que opera, a la larga inyecta vida en la vida –otra clase de vida-, la rectifica, y nos salva de su ahogo”.
***
Yo me voy de puente a Córdoba. En la mochila un libro: ‘Fiesta en el jardín y otros cuentos’, de Katherine Mansfield, para cuando los días vengan muy fríos y el campo se cubra de hielo, para calentar el corazón, que de las manos ya se encargará el fuego de la chimenea. (Aunque he visto que esta edición no incluye el cuento que más me gusta de esta escritora, o el que más me gustó cuando la leí: ‘Felicidad perfecta’, se titulaba). 

2 comentarios:

  1. “Inyectar vida en la vida” nunca antes había leído una definición más acertada de lo que representa escribir. Lo hagas mejor o peor, cuando te entregas, escribir es vivir, no tengo ninguna duda. Uno vive lo que siente, no lo que acontece, y algunos podemos sentir lo que soñamos. El primer impulso ha sido escribir “algunos privilegiados” y sí, ¿por qué no decirlo? los que amamos escribir somos privilegiados, porque podemos escaparnos de esas situaciones hueras que toda vida contiene, para vivir momentos tan mágicos como seamos capaces de imaginar.

    No sufras por la ausencia del cuento, tal vez la felicidad perfecta te esté esperando en Córdoba… chi lo sa?

    Enhorabuena por el post, suscribo todo lo que dices en él y envidio cómo lo dices.

    ResponderEliminar
  2. Para leer hay que ausentarse de la vida, y también para escribir. Pero luego las palabras te devuelven el calor de la vida: la vida con toda su misteriosa extrañeza. La que sienten los personajes de la bahía de Katherine Mansfield, a quienes conocí frente a la chimenea, cuyo fuego permaneció encendido cinco días con sus noches.

    ResponderEliminar

Hablemos...