martes, 13 de septiembre de 2011

La mirada de Cable Hogue

Hildy (Stella Stevens) en La balada de Cable Hogue, de Sam Peckinpah

Mientras en el salón se bebe y se baila, en su habitación del piso de arriba ella recibe a mugrientos vaqueros que suben por la escalera exterior, uno detrás de otro. Se llama Hildy y es todavía joven. Delgada, ojos azules, muy rubia. Bellísima.

Cuando se presenta Cable Hogue, con la barba gris de polvo y el pelo pegado al cráneo debajo del sombrero, ella lo sumerge en una cuba de agua y le restriega la piel con jabón, desde la cabeza hasta los dedos de los pies.

Tiempo después, ella se presenta en su casa, cuatro paredes construidas con tablas de madera en medio del desierto. Pensaba pasar un par de días y se quedó tres semanas. Quizá demasiadas, dice él: “Me he acostumbrado a tus guisos… y a oírte cantar”.

Su llegada es una sorpresa para él, acostumbrado a vivir solo, de modo que tras ayudarle a bajar del caballo y darle la bienvenida, le pide unos minutos para poner un poco de orden en la casa. Sacude el polvo del colchón y abre la ventana y empieza a lanzar por ella todo tipo de trastos que encuentra tirados por los rincones: latas, sartenes, sillas medio rotas...

Cuando la habitación ha quedado despejada y limpia, le dice que ahora ya puede entrar para cambiarse. Y mientras él espera fuera, lavándose las manos y la cara, pasándose un peine por el pelo, hablan a través de la puerta.

- Has sido muy bueno conmigo, Cable… ¿es que no te importa lo que soy? 
- No, no me importa. Al contrario, ¿Y qué diablos eres? Un ser humano. Haces lo que puedes, todos tenemos nuestra forma de vivir. 
- ¿Y de amar 
- Se siente uno muy triste sin amar… Mira, Hildy, algunas veces se siente uno muy solo aquí, por las noches. Bueno, me pregunto qué demonios hago aquí.


Al rato, se abre la puerta despacio y aparece ella, con el pelo suelto sobre los hombros, el camisón blanco iluminado por la luz dorada que enmarca la puerta. Él la mira y le dice: “Estás preciosa”. Ella se extraña: “Pero si ya me has visto antes”.

- Hildy –le responde él-: A ti nadie te ha visto antes.

Entonces ella baja un instante la mirada, y sonríe, y luego entran juntos.

Cable Hogue no sabe leer ni escribir, pero, como él dice, tiene experiencia. No sabemos cómo ha llegado hasta allí, pero nos inspira confianza, como si cada acción suya surgiera de la misma fuente de la que se alimenta su orgullo de hombre justo. Es un hombre independiente que parece no encajar en la civilización, pero por una mujer irá adonde tenga que ir.

Ahora vive en el desierto porque es allí donde la vida le ha colocado, aunque no piensa quedarse mucho tiempo. Espera ver un poco de mundo antes de morir. Ésta última frase es suya, y es propia de alguien que vive sabiendo que cada belleza de la vida, como Hildy, es un regalo suficiente aunque sea el último. 

Su historia, alegre y triste a un tiempo, es consoladora porque nos muestra cómo uno puede encontrar agua donde nadie pensaría que la hubiera, lo mismo que el amor. En cualquier sitio, en cualquier momento, podemos vivir nuestras ‘Butterfly mornings’. Si sabemos mirar.

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