sábado, 10 de septiembre de 2011

Las estrellas

Estrellas en el mar (E. A. 2011)

Dedicado a Francesca

Una noche salimos con los niños a ver las estrellas. Nos alejamos del pueblo caminando despacio, muy juntos. Habíamos olvidado la linterna y nos guiábamos por los árboles ensombrecidos al borde del camino. Recuerdo que hablábamos sin parar, como si tuviéramos que apagar el silencio y llenar la oscuridad.

Aunque esperábamos que nuestras pupilas se adaptaran poco a poco a la oscuridad, ésta parecía hacerse cada vez más densa conforme nos acercábamos al bosque. El camino ascendía con una ligera pendiente y el esfuerzo hacía vibrar nuestras voces. Durante un trecho en el que las ramas de los árboles formaban un túnel de sombras, nos juntamos un poco más, cogidos de las manos. Sabía que mi hija mayor iba delante, pero pronuncié su nombre, como si solo su voz sostuviera su presencia y evitara que fuera absorbida por la oscuridad. Ella me contestó y sus palabras sonaron con un extraño temblor.

Avanzamos un poco más hasta que llegamos a un terreno descubierto, donde nos detuvimos, casi paralizados por un cielo que parecía levantarse del suelo y cubrir toda la noche. Nos tumbamos de espaldas en el camino para contemplar aquel cielo asombroso. Nunca había visto tantas estrellas juntas brillando tanto en una estela de polvo blanco. Uno decía: qué cerca están; y otro: qué lejos. Parecía un río cristalino que deja ver las piedras del fondo sin dar una idea clara de su profundidad. Lo recuerdo como una penumbra calentada por una luz humana y atravesada por una brisa limpia.

Estrellas fugaces aparecían y se escondían en los pliegues del cielo. Queríamos pedir deseos, pero ¡caían ante nuestros ojos tan deprisa! Noté que mi hija se movía a mi lado. Ella, siempre tan locuaz, ahora estaba callada.

Pensé que era extraño que no hubiese visto antes ese cielo nocturno, que parecía ocultarse, como si su condición para existir fuera que, en la tierra, las cosas se redujeran a sombras. Solo entonces aparecían las estrellas, para purificar con su luz la hierba y los árboles y para aliarse con el aire y acallar nuestras voces.

Volví a casa con una extraña sensación de ligereza. Desanduve el camino con un vigor semejante al que se siente tras un baño en el mar. El cielo parecía ahora posarse sobre el pueblo como si fuese un manto de seda.

4 comentarios:

  1. (...)

    Tomé la estrella de la noche fría
    y suavemente
    la eché sobre las aguas.

    Y no me sorprendió
    que se alejara
    como un pez insoluble
    moviendo
    en la noche del río
    su cuerpo de diamante.

    (de Oda a una estrella, Pablo Neruda)

    Aciertas, como siempre. Así es como lucen más las estrellas: reflejadas en el mar. Gracias, Enrique, por este precioso post. Un abrazo.

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  2. Precioso comentario para una preciosa noche estrellada, compartida con nuestros hijos y amigos.

    Antonio Hdez.

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  3. Gracias, Antonio. Tú abriste el camino.

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