sábado, 19 de noviembre de 2011

El reflejo dentro del espejo

Una página en blanco (E.A. 2011)

Cuando Carson McCullers empezó a escribir El corazón es un cazador solitario no conocía a Isak Dinesen, ni siquiera había leído nada de ella. Y sin embargo, estaban ya conectadas de alguna forma, y ese algo que las unía debió crecer durante la escritura de esa primera novela. En el invierno de 1936, McCullers cae enferma y, durante su convalecencia en su ciudad natal de Georgia, empieza su novela, la historia de un sordomudo que atrae a personas que luchan para romper su aislamiento y expresarse plenamente a sí mismos.

Y fue justo al año siguiente cuando la joven escritora americana descubre a la cuentista danesa. En esa época, Karen Blixen acababa de regresar de su aventura en África y ya se había convertido en Isak Dinesen con su primer libro de cuentos, Siete Cuentos Góticos, y las memorias de su granja de Kenia. Tenía más de cincuenta años y esos eran sus dos únicos libros publicados. Carson McCullers los leyó entonces, con veinte años, a la misma vez que escribía El corazón es un cazador solitario. Luego volvió a leerlos muchas veces a lo largo de su vida, pues eran sus preferidos entre las obras de Dinesen, y siempre experimentaba la misma “sensación de consuelo y de libertad”, según contó en su autobiografía. Ella pensaba que la autora danesa había influido en su escritura “de una forma muy sutil”, y parece querer decir que la alentó en la búsqueda de la belleza y en el amor a las palabras.

A primera vista las historias sobre las que escribieron no pueden parecer más alejadas unas de otras. Las de Carson McCullers tratan de personajes enfrentados a las fuerzas del mundo exterior: un médico que ayuda a los negros en una sociedad que les discrimina, un alcohólico que divaga sobre la revolución comunista, etc. Los cuentos de Dinesen nos llevan a un universo romántico de palacios, bosques, condes, jardines y damas angelicales. Sin embargo, sus historias me parecen igual de extrañas. Sus personajes tienen la misma calidad evanescente, como si los viéramos a través de un velo; una extrañeza que, lejos de convertirlos en títeres, los hace verdaderos. Eso es lo que yo percibo cuando leo a estas dos escritoras, eso es lo que creo que les une.

Como lectores buscamos claridad, una armonía que nos consuele de nuestra condición inestable e incierta. Y lo que nos ofrecen sus relatos es más incertidumbre. Eso nos inquieta, pero arrastrados por la fuerza de sus palabras seguimos buscando hasta que una frase, una imagen, nos acarician con una dulzura tal que aceptamos la bella fugacidad de las cosas. Dinesen decía: "Haz las cosas que puedas ver, ellas te mostrarán las que no puedes ver". Es solo a través de las cosas visibles (un árbol despertando entre la niebla, una lluvia repentina sobre un campo soleado, la luz de las velas derramándose por las cortinas de terciopelo) como se iluminan las vidas de las personas, mostrándonos en un instante su destino. Y eso ocurre en extraños momentos, que solo se abren cuando permanecemos con el alma despierta. Como reflejos dentro de un espejo. Por eso Dinesen dice que al final de una historia “hablará el silencio”, si el cuento está bien contado. Entonces, hasta el canto de un pájaro cobra sentido, aunque sea “triste como una pregunta sin palabras”, como dice McCullers.

Ese es el único orden de las cosas al que podemos aspirar. Pero en su parcialidad está su belleza y quizá, también, nuestra salvación. La existencia, solo un reflejo en un espejo antes del amanecer, o en una página en blanco que nos hablará.

“- El mundo ha sido muy duro conmigo, Anders; conmigo y contigo también. Pero los dos sabemos que después de probar la hiel amarga de la vida, resulta mucho más dulce y más grata la felicidad. Ser feliz, Anders, ¿No te seduce a ti esta palabra? ¿No se ensancha tu corazón y tu alma al pronunciar estas palabras, feliz, felicidad?
- Pero es ya demasiado tarde –intervino Anders-. Los acontecimientos suceden aunque no estemos nosotros presentes. Ésa es la desgracia, la gran desgracia que tú no conoces. Los gallos están cantando, aunque tú ni yo les oigamos ahora.
- Pero ahora todavía no están cantando. Todavía no es de día, Anders. No es siquiera la medianoche.”
El poeta (de Siete Cuentos Góticos), Isak Dinesen

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