sábado, 17 de diciembre de 2011

Entre libros, pucheros y sartenes

El secreto de vivir (G.A. 2011)

¿No os ocurre a veces que os preguntan ‘cómo estás’ y no sabemos qué decir? ¿No sentís, por ejemplo, que una velada con amigos ha pasado demasiado deprisa? Esos días en los que parece que lo tenemos todo ¿no habéis deseado que se detuviera el tiempo? ¿No da rabia recordar que la felicidad estuvo en nuestra casa y apenas nos dimos cuenta?

¿Qué podemos hacer para advertir su llegada y agasajarla como se merece? La poesía de Jane Kenyon nos enseña a prestar atención a las cosas que más cerca están de nosotros porque ellas absorben la felicidad. En uno de sus primeros poemas, habla de la felicidad como de un sentimiento que llega sin hacerse notar, sin hacer ruido, pidiendo permiso para entrar en nuestras vidas:

“Nos acostamos dándonos la espalda. Las cortinas
suben y bajan
como el pecho de alguien que duerme.
El viento mueve las hojas del viejo boj
mostrando sus claros reversos
al dar la vuelta todas a la vez como un banco de peces
de pronto, comprendo que soy feliz
durante meses este sentimiento
se ha estado acercando, ha permanecido
en breves visitas como un tímido pretendiente”

No sabemos cuándo llegará la felicidad exactamente, pero por si acaso haremos bien en ir encendiendo el fuego, para que el aroma del café o la tibieza de las tazas nos advierta de la venida de ese tímido pretendiente. En uno de sus poemas, Kenyon cuenta que ha tenido una visita y han estado charlando y riendo en el porche a la luz de la luna, hasta que se va el invitado y ella escribe: “ahora soy consciente del silencio, y de tu cariño, y de la delicada tristeza del crepúsculo”. Así, en ese lugar cálido en el que todavía vibra el aire por las risas y las palabras, suspendido entre el ayer y el mañana podemos escuchar el silencio de los objetos reclamando nuestra atención.

Recuerdo que una mañana muy temprano vi cruzar a ese tímido pretendiente por el porche de mi casa, cuando todo estaba en silencio. La brisa del mar agitaba las hojas de los árboles todavía envueltos en un velo de niebla. Sobre la mesa había un bonsái grisáceo, dos albahacas y un laurel de flores rosas. Debajo, un caballito de plástico y una caja de naranjas que brillaban cubiertas de rocío. Y en un rincón, sobre una mecedora, reposaba el libro de Kenyon que había estado leyendo la noche anterior.

En los objetos destella la vida, pero en sus grietas se esconde tanto la dicha como la tristeza. Lo mismo que una piedra que reluce en la orilla se apaga si la retiramos del agua, así los objetos que cobran vida bajo nuestras manos enmudecen en las ausencias. Un buen día ese tímido pretendiente se va y, cuando queremos echarlo de menos, los objetos ya han empezado a atesorar la soledad del futuro. Y es entonces cuando el camisón plegado bajo la almohada o los zapatos bien alineados en un rincón solo hablan ya el lenguaje del silencio.

***

Al final del libro, enfermo su marido y próxima también su muerte, los poemas de Kenyon (1947-1995) son de una tristeza insoportable, aunque ella nos asegure que “Dios no nos deja sin consuelo”. Se casó a los 25 años, vivió veinte más con su marido en una granja de New Hampshire y murió de leucemia antes de cumplir los cincuenta. Durante su vida publicó cuatro libros de una poesía transparente y a la vez enigmática cuyos temas principales son el poder restaurador del paisaje, la casa, la vida cotidiana, la amistad, la belleza tan cercana al sufrimiento o, como ella quería, “la verdad humana acerca de la complejidad de la vida”.

Antes de morir, dictó varias veces revisiones de su último poema, que quedó mecanografiado sobre la mesilla de noche. Se titulaba ‘La esposa enferma’, y no es triste. Parece escrito por ese ángel que a veces se sentaba en su silla para enseñarle “cómo vivir sin problemas entre libros, pucheros y sartenes…”

Para ella, la poesía era “un lugar seguro, un refugio”.

LAS PINZAS DE MADERA
Cuánto mejor es
echar leña al fuego
que quejarse de la vida.
Cuánto mejor es
tirar la basura
en el estiércol o prender la sábana
limpia en la cuerda
con unas viejas pinzas de madera.
Poema de Jane Kenyon traducido por Hilario Barrero en 'De otra manera' (Editorial Pre-textos)

6 comentarios:

  1. Precioso post. Gracias. Y por si no tengo ocasión antes del sábado, aprovecho el comentario para desearte una feliz Navidad y felicidad siempre, entre teclados,papeles y libros... Un abrazo

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  2. La poesía, la literatura, la música .... y en mi caso y sin dudarlo, la fotografía, es ese lugar seguro al que me acerco cuando necesito coger aire .... y paz.

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  3. Es bonita (pero loca) esa idea tuya de que las cosas absorben la felicidad que destilamos en los momentos de luz y la guardan para entregárnosla cuando, más tarde, la necesitamos. Pero que levante la mano quien no se haya sentado en el sillón donde un día dormitó alguien amado y se haya reconfortado así con su recuerdo. No seré yo quien te discuta eso. Guardo un viejo chupete en una caja entre algodón azul celeste; a veces lo miro y me recuerda las cosas que importan... y ese recuerdo le da fuerza y felicidad a mi vida.

    Bonito post, Enrique. Gracias.

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  4. En el libro que estoy leyendo, 'Estío', de Edith Wharton, que os recomiendo a las tres si no lo habéis leído, hay un momento en el que en ausencia de su amor, la protagonista entra en el dormitorio que había ocupado él para quedarse mirando la silla en la que él se sentaba y la cama en la que lo había visto dormir: y "ella se inclinaba y apoyaba la mejilla sobre la almohada durante un instante".

    Ayer las niñas echaron al buzón la Carta de los Reyes y, cuando íbamos de camino, pensé: tendría que haber hecho una fotocopia, puede que esta sea la última carta que les escriban. La Frankenstein de las Monsters High, la consulta médico Nenuco, hampsters de colores, Mila & Malo, casa con asa de Barriguitas...

    ¡Brindo por ese viejo chupete de la caja azul! Que te de mucha fuerza para vivir, Francesca.

    Gracias, Juana, porque siempre traes cosas buenas. (¡Y me ayudas a entender lo que escribo!)

    Como la que nos trae Lales: deseos de felicidad entre teclados, papeles y libros. ¡Feliz Navidad!

    No dejéis de visitar el blog de Lales, Cosas Mías, que tiene la mejor felicitación navideña.

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  5. Enrique, aunque un poco tarde y de otra manera, quiero agradecerte el precioso comentario que has escrito sobre Jane Kenyon. Los poemas que has seleccionados son también mis preferidos, con algunos más.
    Un saludo cordial.
    HBarrero

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  6. Me alegro de encontrarme con un admirador de Jane Kenyon. Gracias por venir aquí.

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