miércoles, 18 de enero de 2012

Escribir con el corazón

Bajo el cielo (E.A. 2011)

¿Se escribe con el corazón o con la cabeza? ¿Se puede escribir una obra de arte desde la desesperanza? ¿Se puede crear desde la benevolencia? ¿Debe la literatura ofrecer esperanza? ¿Puede ser solo una descripción del Mal? Estas cuestiones están en el fondo de muchas de las cartas que se cruzaron Gustave Flaubert y George Sand, que discreparon sobre la ‘poética de la ficción’ con la misma pasión con la que forjaron una amistad que duró muchos años. En algo estaban de acuerdo: el arte es una ardua búsqueda de la verdad. Pero cada uno la buscaba por caminos diferentes.

Flaubert defendía un arte puro y científico, que captara la verdad de las cosas, despojada de las emociones subjetivas del autor. A través de una observación atenta, las cosas se revelarían en su fría verdad. Luchó por evitar cualquier tipo de coartada sentimental que pudiera edulcorar la realidad. No se daba cuenta de que esa predisposición ya estaba impregnada de su personalidad escéptica, distante y pesimista.

Sand, en cambio, miraba la vida desde la bondad y reprochaba a Flaubert una visión limitada de la vida en su arte. “El arte no es solamente crítica y sátira. Crítica y sátira no pintan más que una parte de la verdad. Yo quiero ver al hombre tal como es. No es bueno ni malo. Es bueno y malo. Pero hay algo más, el matiz, que para mí es la meta del arte”. A fuerza de buscar la verdad con su frío método, Flaubert se alejaba de algún tipo de verdad misteriosa, que quizá esté fuera del alcance de la razón. No se puede buscar la verdad sin un acto de fe: la confianza en la posibilidad que tiene el ser humano de elevarse sobre sus limitaciones. Sand creía que las cosas escondían una promesa hacia el Bien. “Huyo de la cloaca y busco lo seco y limpio, segura de que es la ley de mi existencia”. La suya es una poética de la esperanza, inalcanzable para alguien que, como Flaubert, esté encadenado a la soledad. Para ella el camino del arte pasa por la dulzura; para él solo puede ser una fuente de angustia.

Para Flaubert la literatura es un laboratorio científico donde diseccionar la vida, y el escritor un espectador altivo que se desentiende de las preocupaciones humanas. Mientras que Sand cree en la literatura como en un espacio más dentro de la vida, un campo de experiencias y de búsqueda. Uno puede ser frío y objetivo en la descripción de los objetos, pero no al enfrentarse a los actos humanos, dice Sand, que le aconseja a Flaubert: “Deja de lado las convenciones realistas y regresa a la verdadera realidad, que presenta una mezcla de lo bello y lo feo, de lo apagado y lo brillante, pero donde la voluntad del bien encuentra a pesar de todo su lugar y su utilidad”.

Yo creo que esto vale tanto para las novelas como para la vida

***

Se vieron muy pocas veces, pero fueron amigos íntimos. Su correspondencia da fe de su amistad. En las cartas que se cruzaron se habla de literatura y de la vida, de la amistad y del amor, de política y de sentimientos; siempre con admiración mutua, respeto y ternura. A pesar de los consejos de su ‘querida maestra’, como novelista Flaubert ocultaba su corazón. Aquí no.

2 comentarios:

  1. Cuándo leí el libro pensé “esos dos deberían haber sido vecinos”.

    Él hubiese visto la alegría que le reportaba a ella el contacto con la naturaleza y los juegos con sus nietas y probablemente hubiese cruzado a su jardín para compartir algo de eso... Pero ella también habría comprobado el placer que él obtenía entregándose a la escritura con pasión, escribiendo en silencio y sin distracciones.

    No entiendo que digas que para él la literatura era “un laboratorio científico donde diseccionar la vida”, despojó sus textos de sensiblería y juicios de valor, es cierto, pero a mí eso me parece un gesto de respeto hacia el lector. Somos nosotros al leer la historia, y no él, los que debemos poner la emoción y el análisis.

    Lo cierto es que ni él fue demasiado feliz, ni ella una gran escritora. Sigo pensando que de vivir puerta con puerta, les habría ido mejor... ¡a los dos!

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  2. Despejó sus textos de sensiblería, pero también de sentimiento. Pero no lo digo yo, sino Sand: “Retirar la propia alma de aquello que uno hace, ¿qué fantasía enfermiza es ésa?” Eso es lo que le reprocha.

    Uno puede ser frío y objetivo en la descripción de los objetos, pero no al enfrentarse a los actos humanos. No hay aquí cabida para un experimento neutro, se escribe con la propia sangre, “porque el hombre sois vosotros, autor y lector, y el relato es una charla entre ellos y él, la suprema imparcialidad es una cosa antihumana y una novela debe ser humana ante todo”.

    Él es mejor escritor, pero ella es más sabia. “Me parece que tienes una confianza excesiva en las palabras”, le dice ella, “has adquirido una formación a la cual yo no llegaré jamás. Eres cien veces más rico que todos nosotros; eres rico, pero lloras como un pobre”. Tienes el jergón lleno de oro y solo te alimentas de frases bien hechas, insiste Sand, que entiende por oro “las ideas y sentimientos amasados en tu cabeza y en tu corazón”, el auténtico fondo del que debería surgir la forma como un medio y no como un fin. Y añade lo siguiente:

    “No digo que tú no creas, al contrario: Toda tu vida de afecto, de protección y de bondad amable y simple, prueba que tú eres el más convencido de que existe. Pero, en cuanto hablas de literatura, ¡quieres, no sé por qué, ser otro hombre, uno que debe desaparecer, que se aniquila, que no está! ¡Qué manía! ¡qué falsa regla de buen gusto! Nuestra obra no vale nunca más que por lo que valemos nosotros mismos”.

    ¡Gracias, Francesca, por venir a conversar un rato a este lugar!

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