viernes, 6 de julio de 2012

Maleta de libros


Unas cuantas novelas para el verano:

La espuma de los días, de Boris Vian. Porque compré el libro en 1992 (600 pesetas) y el otro día un comentario de Andrés Ibáñez me hizo ir a buscarlo. Fue difícil de encontrar, pues una de las estanterías de novelistas francesas se había cambiado de sitio, y Boris Vian, Albert Cohen, George Perec e incluso Jean Paul Sartre, en la vieja edición de bolsillo de los caminos de la libertad, se habían alojado a ras de suelo, en una esquina cerca del pasillo, junto a Cortázar, Borges y Sábato, como invitados a una fiesta. No recuerdo que esta novela me dejara huella cuando la leí entonces, pero ahora que he vuelto a hacerlo me ha cautivado, lo cual es un indicio más de que la juventud solo se comprende cuando ya la hemos perdido. Veo el librito aquí en la mesa del porche, con sus bordes desgastados, y el aire parece atravesado por voces de otro tiempo. “Es horrible –dijo Colin-. Estoy desesperado y a la vez soy horriblemente feliz. Resulta muy agradable desear algo hasta ese punto. Me gustaría- continuó- estar tumbado sobre una hierba un poco tostada, con tierra seca y sol, ¿me entiendes?, hierba amarilla como paja, y crujiente, con montones de bichitos y musgo seco también. Se tumba uno boca abajo y se mira. Hace falta un seto con piedras y árboles retorcidos, y hojitas. Hace mucho bien”. Como lector de esta historia escrita en 1946 pienso en Miguel. Seguro que se lo pasó en grande con Colin, Chloé, Chick, Alise e Isis, degustando los platos de Nicolas en aquella casa de ventanas que se ensanchaban bajo el cielo dorado de París.

Gracia (G.A. 2012)


Nadan dos chicos, de Eugene O´Neill. Este es el que voy a leer yo en cuanto suba al avión con destino Dublín.

Una buena escuela, de Richard Yates. Porque me gustó mucho Vía Revolucionaria, aunque no me atreviera a ver la novela en el cine con Leonardo Di Caprio. Dijeron que era una historia cáustica y angustiosa, y a mí no me lo pareció. La encontré sincera y compasiva con unos personajes perdidos.

La lluvia de los inocentes, de Andrés Ibáñez. Es una novela sobre la adolescencia de su autor en el Madrid de finales de los setenta y principios de los ochenta. Ibáñez evoca aquella época, su pasado, amigos, lecturas, películas, música, teatro… en una exploración  personal que retrata a la generación de los nacidos en lo años 60. No estoy seguro de a quién le puede interesar esta novela. A mi hermana, quizá, porque a lo mejor se reconoce en ella. Aunque no he leído ninguna novela suya, Ibáñez es mi crítico de libros favorito. Es diferente. Es de esos raros y sencillos a la misma vez.

El tiempo es un canalla, de Jennifer Egan. Ganó el Pulitzer y el National Book Critics Circle Award imponiéndose a Libertad, de Franzen (aprovecho para recomendarla también, ahora que ha salido en bolsillo, aunque solo sea para llegar a la maravillosa escena final, que tanto frío transmite, y amor por encima del tiempo y de la vida). El tiempo es un canalla va del paso del tiempo para los amigos y amantes de un ex músico punk. Este le gustará a mihermano. En cuanto vea la enmarañada cinta de casete que aparece en la portada, caerá en la tentación.

Todo, de Kevin Canty. Melancolía, naturaleza, corazones rotos, segundas oportunidades, emociones… ¡Me lo llevo!

El tren de la última noche, de Dacia Maraini. Una joven periodista italiana busca a su amor de adolescencia en las ciudades destruidas tras la II Guerra Mundial, desde el Budapest aplastado por los tanques soviéticos hasta el horror de Auschwitz. Me gusta lo que dice Maraini, que fue esposa de Moravia y amiga de Pasolini: “Como dice Henri Bergson, la memoria es como la conciencia. Nos permite entender el presente y preparar el futuro. Un ser humano sin raíces es un mineral, lo más alejado de la vida”.

Calle Katalin, de Magda Szabó. Este ha sido el descubrimiento de la temporada. Una solapa que no exagera: “Con Frau Szabó tenéis entre manos una mina. Comprad todas sus novelas, las que está escribiendo y las que escribirá”. Al parecer eso lo dijo Hermann Hesse.

Una postal de 1939, de Marcella Olschki. “Hablando, tú y yo, nos contamos los fragmentos, y amorosamente los vamos aglutinando, uno a uno, hasta que, una vez completado el mosaico, volvemos a encontrar en él todo su sentido. Y entonces, como delante de aquel álbum de fotografías amarillentas, nos envuelve la dulce melancolía de las cosas bellas desaparecidas…”

El intocable, de John Banville. Sobre el arte y la política, la Belleza y el Mal. Intelectuales, amantes del arte, espías.

Y ahora más clásicos, porque nadie los ha superado:

Tres historias en torno aGatsby, de Francis Scott Fitzgerald.

Santuario, de Edith Wharton.

Una dama extraviada, de Willa Cather

Se agradece cualquier recomendación...

6 comentarios:

  1. "Llegó de una sola vez, en un diluvio torrencial como Grover nunca había visto. Sencillamente se desplomó sobre ellos, como si el Misissippi hubiera brotado de los cielos. Cayó pesada, instantáneamente. Y en un momento la plaza entera quedó vacía, sin rastro de vida, como si se tratara de las ruinas de una ciudad antigua. La lluvia siseaba al caer, las alcantarillas espumeaban, las aceras parecían presas abiertas, los canalones chorreaban cataratas." El niño perdido, de Thomas Wolfe.

    Es la mejor novela que he leído en lo que va de año. Una auténtica maravilla. Dulce y trágica, profunda, serena... No te la pierdas.

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    1. Haré un hueco en la maleta para El niño perdido. Me fío de ti. Gracias.

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  2. He pasado por tu blog y me he apuntado unos cuantos libros para este verano. También me he apuntado el que recomienda Francesca, me gustan esos libros.
    Bonito blog
    Un saludo
    Teresa

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    1. Gracias, Teresa. Espero que encuentres uno a tu medida. Ya nos contarás.

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