La primera ruptura entre Camus y Sartre se produjo en1946, una vez liberado París de la ocupación nazi, y tras largas discusiones de
café sobre la verdadera cara del comunismo y la Unión Soviética. Cuando en una
de aquellas noches de conversación y borrachera, Koestler les reprochó que
estuvieran ciegos ante el totalitarismo comunista, Camus admitió que un buen
fin no justifica cualquier método y dijo algo que lo alejaría para siempre del
comunismo y a su vez de Sartre: “Para mí lo que más cuenta son los individuos;
prefiero lo concreto a lo abstracto, la gente a las doctrinas, pongo la amistad
por encima de la política”. Renunciaba así a las utopías y se negaba a
legitimar el uso de la violencia, aunque fuera en nombre de los pobres, los
oprimidos o por un futuro de felicidad universal.
Fue en aquella época cuando empezó a escribir su obra
de teatro Los justos, a la misma vez
que el ensayo El hombre rebelde. La
obra sería estrenada en diciembre del año 1949 con María Casares en uno de los
principales papeles. Trata sobre un atentado terrorista que un grupo de
socialistas revolucionarios rusos planea contra la tiranía del Zar. En un
primer momento, el atentado se frustra porque el encargado de lanzar la bomba
se echa atrás cuando ve a dos niños en la carroza en la que viaja su objetivo,
el gran duque Sergio. ¿Está la revolución por encima de los sufrimientos que
provoca? ¿Es legítimo sacrificar la vida de otros por una idea?
Estas preguntas están en el eje de una obra que evocaba a la Resistencia contra
el nazismo y animaba a la reflexión sobre la legitimidad de la violencia como
forma de acción política o sobre el peso del amor y el odio en las luchas
revolucionarias.
La obra no recibió buenas críticas en Francia y
algunos espectadores salían del teatro diciendo: “cinco actos para decidir si
se debe o no se debe matar a unos niños pequeños…”. Aunque Camus no lleva la
reflexión hasta sus últimas consecuencias, lo que tiñe toda la obra de cierta
ambigüedad, el debate que plantea sobre los fines y los medios en la política
mantiene hoy su vigencia.
“Nada de lo que puede servir a nuestra causa está prohibido –dice Stepan, el revolucionario puro-. No hay límites. Si creyeseis total, completamente, si estuvieseis seguros de que, con nuestros sacrificios y nuestras victorias, conseguiremos construir una Rusia liberada del despotismo, una tierra de libertad que acabará por abarcar el mundo entero, si no dudaseis de que, entonces, el hombre, liberado de sus amos y de sus prejuicios, alzará hacia el cielo la faz de los verdaderos dioses, ¿qué pesaría la muerte de dos niños? Reconoceríais que tenéis todos los derechos, todos, ¿me oís? Y si esa muerte os detiene, es porque no estáis seguros de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución”.
“He aceptado matar para acabar con el despotismo –le responde el terrorista que duda sobre sus métodos-. Pero detrás de lo que dices veo anunciarse un despotismo que, si alguna vez logra instalarse, hará de mí un asesino, cuando yo trato de ser un justiciero”.
En ese escena se representaba el trágico error de la
izquierda revolucionaria, el destino asesino que viajaba en el interior de las
promesas del Paraíso comunista desde sus inicios. Si al final del camino esperaba
un lugar de Libertad y Felicidad, ¿qué pesaría la muerte de dos niños, dos
hombres, dos millones de hombres..?
La izquierda no entendió a ese terrorista cuyos
escrúpulos morales le llevan a cuestionarse sus actos. Y esa falta de
sensibilidad hacia lo concreto cuando compite con lo abstracto fue lo que llevó
a la izquierda a cometer todos los errores ideológicos y de apreciación moral a
lo largo del ‘siglo del miedo’ y hasta hoy. Sin embargo, Albert Camus, que
entonces tenía 35 años, había imaginado ya una verdad diferente, y 'Los justos' era la obra de alguien que
retomaba el camino del humanismo y descubría el peso de un niño.
Años más tarde, cuando estalló la lucha por la
independencia en Argelia, Camus ya había dado un paso más y, aunque defendía el
derecho de un pueblo oprimido a liberarse del poder colonizador, se negó a
apoyar sus métodos terroristas. Fue entonces cuando dijo: “Si un terrorista
lanza una granada en el mercado de Belcourt al que mi madre va con frecuencia y
la mata, seré responsable en la medida en que, por defender la justicia, haya
defendido también el terrorismo. Amo la justicia, pero también amo a mi madre”.
En esa escena imaginada por Camus se puede vislumbrar el final de la novela de Vassili Grossman ‘Vida y Destino’, la mejor defensa de la vida concreta frente
a las grandes abstracciones, cuando una anciana descubre en las ruinas de su
casa, en sus pobres pertenencias y en las personas amadas, la única “victoria
amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandiosas e inhumanas que hubo y
habrá en el mundo”.
Francine Faure y Albert Camus con sus gemelos: Catherine y Jean en el invierno de 1945 |
Albert
Camus se casó con Francine Faure en 1940. Tuvieron dos hijos, los gemelos
Catherine y Jean. Cuando el 4 de enero de 1960 murió en un accidente de coche
tenía solo 46 años, sus hijos 14. Hacía tres años que le habían concedido el
Premio Nobel. Dejó una novela inacabada, ‘El primer hombre’, que dedicaba a su
madre: “A tí que nunca podrás leer este libro”. Luchó contra el fascismo y
abandonó el Partido Comunista francés tras denunciar a Stalin y el gulag.
"Se quedó solo, todos estaban contra él por defender el camino de en medio", dijo su hija Catherine.
“Todos
llevamos en nosotros mismos nuestros suplicios y nuestros pesares. Pero nuestra
tarea no es desencadenarlos por el mundo. Es combatirlos en nosotros mismos y
en los otros”
(Albert Camus. ‘El hombre rebelde’)